Encuentros cotidianos
La primera fragancia que nos llega es la de los productos de cuidado personal. Un champú o un desodorante que huela a fresco puede aumentar la confianza y ayudar a establecer un tono positivo para el día. En el cuidado de la piel y la cosmética, los aromas delicados enmascaran los olores de las materias primas y añaden un momento de indulgencia a las rutinas funcionales.
En el hogar, los sprays de limpieza, los acondicionadores de tejidos y los productos para el cuidado del aire se basan en la fragancia para indicar limpieza, eliminar olores no deseados y crear el ambiente deseado: cálido y acogedor, luminoso y enérgico, o tranquilo y relajante. Como estos productos viven en los tejidos y las superficies, sus fragancias están diseñadas para desplegarse gradualmente a medida que nos movemos por una habitación o nos ponemos la ropa.
Las fragancias finas ‑agua de colonia, parfum, bruma corporal- permiten expresar la personalidad, la cultura y la memoria. Los perfumistas dan forma a estas complejas composiciones en acordes de “cabeza”, “corazón” y “fondo” para que el usuario disfrute de una historia sensorial cambiante a lo largo de las horas.
Más allá del hogar, los aromas cuidadosamente dosificados realzan los espacios compartidos. Los hoteles crean fragancias exclusivas para reforzar la identidad de la marca; los comercios utilizan zonas aromáticas para invitar a la exploración; los centros sanitarios eligen notas suaves que suavizan el ambiente clínico. La misma ciencia que garantiza la seguridad de su detergente guía los sistemas de difusión que funcionan silenciosamente en estos entornos públicos.